Se sentía devastada por la cuenta que no pudo pagar, el colectivo que perdió, el trabajo indeseado, la baldosa suelta, el taxista silencioso. Él insistía en mirar por el espejo retrovisor; a través de ella chequeando cada una de las cuadras que quedaban atrás como si fuera la última vez. Pensó que la cuota de dramatismo era innecesaria.
-En cualquier momento se larga …- dijo ella sin esperar respuesta y lloró contra la ventanilla. Segura, invisible.
Por la mañana se había levantado transparente y él la había visto atreves. Luego se levantó de la cama llevándose el calor enganchado en la punta del pie. Se puso los pantalones tirados al lado de la cama de espaldas y se fue sin efectuar una promesa. Ella se quedó vacía como un saco roto.
Después de cinco minutos más, se puso las medias rajadas de la noche anterior y una pollera que le cubriera las rodillas. Sin pensar se arrojó al banco, a las cuentas, el trámite, el jefe, el asfalto, el insulto, la música en un aparato más chico que su lápiz labial.
Al volver la casa estaba vacía pero no le extraño; parecía de juguete. En la pieza las sábanas sueltas se extendían como tentáculos flácidos, dormidos, al fin en paz. No quiso perturbar a la bestia y decidió recostarse en la hamaca colgada en el patio. Al igual que las sábanas era blanca.
Pensó dos veces antes de arrojarse dentro del tejido y decidió sencillamente apoyar la cola flexionando levemente las rodillas. Cayó por una eternidad hasta que se afirmó con las piernas colgando hacia fuera. La nuca recibiendo la caricia de la tela rígida tirando de los pelos. Sintió la trama tensarse debajo de sí.
Con sutileza metió las piernas en la hamaca, una por vez. La tela hizo un crujido y se cerró como un par de labios. La hamaca se meció durante unos segundos siguiendo la inercia hasta que al fin paro. Por la hendija podía ver el cielo, tan lejano, tan ajeno así mientras el olor a tierra mojada entraba por la nariz. Estaba casi inexistente encastrada en la valva.
Cerró los ojos dejando el cielo detrás, comenzó a llenarse de olor, de cansancio, de cuchicheo de pájaros, de flores y espinas. Sentía el sol morir en su piel; lo devoraba. Hinchada en su máxima expresión.
Colmada por la naturaleza se abandonó. Y ni siquiera abrió los ojos al sentir los mosquitos penetrar con el fino pico sus venas; los escuchaba sorber. Encerrada durmió profundamente hasta el otro día.
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