miércoles, 8 de abril de 2009

La corporación

Eugenia camina por los adoquines un quince de julio a las dos de la mañana. Esconde la mirada de los sujetos tirados en las puertas de las casas y las manos en los bolsillos de una campera negra. Se calienta las piernas con el roce involuntario del jean pero de la cintura para arriba está congelada. En la esquina asoma la barbilla para expulsar una bocanada de aire caliente fuera de la bufanda de fieltro. Un pibe que la ve pasar le pide fuego confundido por el humo blanco. Ella sonríe con los labios pintados y le explica que no fuma.
El pibe de capucha no se la vuelve a cruzar nunca más en su vida después de verla desaparecer dentro del bar a pocos metros del encuentro. Eugenia entra apurada por el frío que le empuja por la espalda. Dentro una señora la retiene en la puerta mientras mete sus dedos deformes en una caja minúscula en busca de monedas.
Eugenia pasa desapercibida hasta la barra donde se empieza a desnudar. Como una brisa en un cuarto repleto de velas nada parece perturbarse con su presencia. Sólo una mirada atenta puede ver el estremecimiento de cada llama con su pasar.
Pide un vodka con naranja camina hasta un rincón encandilada por una cara conocida. Él también la ve y contiene una sonrisa. Los dos se sientan en el borde una ventana de madera y se hablan sin mirarse. Ella le cuenta un cuento que él parece protagonizar muy bien.
Al rato, él abandona la cerveza por un vodka con naranja y ella el vaso vacío por otro más. El diálogo se vuelve imprescindible para cuando se quieren acordar; los dos se ríen en voz alta. A Eugenia las carcajadas le dan ganas de hacer pis, intenta salir hacia el baño pero se da cuenta que está rodeada. Rápido ve a su alrededor muchas caras familiares. Aún así, avanza unos pasos despegándose de la ventana y siente el brazo de uno de los tipos junto al suyo.

- ¿Como estás?... hace rato que quería ver cómo estás pero parecías acompañada…

Eugenia se da vuelta pero perdió todo contacto visual con el sujeto del vodka con naranja en la mano. La envuelven las espaldas y la voz del sujeto que la pretende contener de una pena que ella dejó en otra cartera.

- …tendrías que estar dispuesta a luchar un poco más por la felicidad.

Eugenia sonríe desencajada y huye al baño antes de llorar. No se da cuenta que en su ausencia irán también por él. El cuarto se llena de palabras y a Eugenia le cuesta pasar a través. Cuando al fin llega a la ventana ve a los cuerpos recortarse del movimiento general; descubiertos en acción es más fácil saber cual es el francotirador.
Eugenia agarra la bufanda colgada del respaldo de una silla y se la pone sin darles la espalda. Gira sobre los talones y se va del bar segura porque él va detrás.

1 comentario:

apollo dijo...

....y asi eugenia fue feliz!!