Se sentía devastada por la cuenta que no pudo pagar, el colectivo que perdió, el trabajo indeseado, la baldosa suelta, el taxista silencioso. Él insistía en mirar por el espejo retrovisor; a través de ella chequeando cada una de las cuadras que quedaban atrás como si fuera la última vez. Pensó que la cuota de dramatismo era innecesaria.
-En cualquier momento se larga …- dijo ella sin esperar respuesta y lloró contra la ventanilla. Segura, invisible.
Por la mañana se había levantado transparente y él la había visto atreves. Luego se levantó de la cama llevándose el calor enganchado en la punta del pie. Se puso los pantalones tirados al lado de la cama de espaldas y se fue sin efectuar una promesa. Ella se quedó vacía como un saco roto.
Después de cinco minutos más, se puso las medias rajadas de la noche anterior y una pollera que le cubriera las rodillas. Sin pensar se arrojó al banco, a las cuentas, el trámite, el jefe, el asfalto, el insulto, la música en un aparato más chico que su lápiz labial.
Al volver la casa estaba vacía pero no le extraño; parecía de juguete. En la pieza las sábanas sueltas se extendían como tentáculos flácidos, dormidos, al fin en paz. No quiso perturbar a la bestia y decidió recostarse en la hamaca colgada en el patio. Al igual que las sábanas era blanca.
Pensó dos veces antes de arrojarse dentro del tejido y decidió sencillamente apoyar la cola flexionando levemente las rodillas. Cayó por una eternidad hasta que se afirmó con las piernas colgando hacia fuera. La nuca recibiendo la caricia de la tela rígida tirando de los pelos. Sintió la trama tensarse debajo de sí.
Con sutileza metió las piernas en la hamaca, una por vez. La tela hizo un crujido y se cerró como un par de labios. La hamaca se meció durante unos segundos siguiendo la inercia hasta que al fin paro. Por la hendija podía ver el cielo, tan lejano, tan ajeno así mientras el olor a tierra mojada entraba por la nariz. Estaba casi inexistente encastrada en la valva.
Cerró los ojos dejando el cielo detrás, comenzó a llenarse de olor, de cansancio, de cuchicheo de pájaros, de flores y espinas. Sentía el sol morir en su piel; lo devoraba. Hinchada en su máxima expresión.
Colmada por la naturaleza se abandonó. Y ni siquiera abrió los ojos al sentir los mosquitos penetrar con el fino pico sus venas; los escuchaba sorber. Encerrada durmió profundamente hasta el otro día.
sábado, 14 de marzo de 2009
Popurri
Con un vestido de una abuela muerta hace unos cuantos años, ella cruza las calles sin mirar a cada lado. Camina apurada, con urgencia y sin garbo mientras la transpiración brota a borbotones de los poros encastrándole la piel. La tela del vestido que sobrevivió por varios cuerpos se pega a la curva de la cintura y cae como una cortina hasta la rodilla. Ella mira los pies controlando que de verás estén caminando. Está obsesionada con el tiempo que parece no pasar e instalarse en la ciudad como la humedad. Ellos están avanzando.
Llega a mitad de cuadra a mano derecha y atraviesa una obra en construcción que parece adelantar mucho más que ella. Esquiva un montículo de cemento seco en forma de volcán y mete su pie en la arena que se cuela entre los dedos por debajo de las uñas. La atención va de la cola a su pie que se agita por el aire. Se da cuenta que dejó la obra atrás cuando suena un silbido.
Vuelve a cruzar la calle sin mirar y cada vez queda menos. En su afán de colaborar con las piernas da brazadas que encuentran un poco de resistencia en las gotas de lluvia. A esta altura esta empapada y a menos de una cuadra y media. Se siente aliviada porque las gotas se dispersan en la capota que conforman las ramas de los palos borracho a su alrededor. Hay mucho olor, a todo. Baja la mirada en busca de respuestas, le cuesta divisar los pies untados con barro y flores rosas en descomposición. Agudiza más su mirada y ve justo el momento en que su pie izquierdo resbala arrastrando al cuerpo consigo. De repente siente el impacto y las gotas de lluvia entran en sus ojos.
Por la calle un ciclista ve la escena y salta a la vereda para socorrerla. Las bolsas de Coto en sus pies le restan presión en sus zancadas. Pero al fin llega y se zambulle sin pensarlo dentro del vestido que empieza a devorarla. Las manos desesperadas agarran pedazos de carne a tientas. Un rollo, un muslo, una teta, hasta que por fin da con los brazos y tironea hacia fuera. El vestido lo enrolla pero el toma la bombacha como referencia para no perderse. De pronto, un ruido seco y salen del vestido volando. La mujer cae con todo su peso en el cuerpo de él. Ella está inconciente pero el vestido yace muerto entre flores de palo borracho pisoteadas en el suelo.
Estado de Coma
Caminó hasta la punta del muelle donde se paró con los brazos en jarra. Una ráfaga de viento pasó por el espacio entre sus brazos de asas. Con el traje de neoprene puesto hasta la mitad, parece un superhéroe que arribó a su hogar luego de cumplir su deber.
– Desconectá el teléfono, por favor – le dice a su mujer mientras chequea la profundidad de sus entradas en el espejo del paragüero. – Hoy quiero dormir todo de un tirón.
Mientras tanto en el muelle, el hombre baja las escaleras a su derecha con sumo cuidado de no tropezar enredado en las mangas colgantes. Brotan en su espalda lagunas de transpiración que descienden en correntada hasta empaparle la cola. Vuelve a pararse con los brazos en jarra, esta vez en la tarima flotante, y le dedica una mirada a la posteridad. Luego se mete por completo en el traje y sube el cierre tironeando la correa con el brazo derecho. Para que se deslice mejor deja caer el mentón hacia delante con los ojos cerrados. Al abrirlos ve en su sombra la de un ahorcado.
Levanta la mirada al horizonte y contrarresta la náusea con bocanadas de aire. Antes de ayer se detuvo en la costa a orillas de un pescador que sacaba del anzuelo a su presa. El animal estuvo más de 4 segundos haciendo movimientos espasmódicos con su boca antes de morir. Pero él pudo detener a tiempo la asociación. Entonces saltó y cayó en cuenta de que la profundidad que lo asechaba era mucho mayor de lo que pensaba.Desapareció cubierto por el azul esmeralda del paisaje y de la vista de los pescadores que llegaban a la punta del muelle un metro y medio más arriba.
-Viste, el pronóstico de hoy?...- dice el canoso al otro.
- Más bien reservado.Mientras él nada.
Cubierto por el traje olvida las imágenes de la vida que ha dejado atrás. Se desplaza en un tiempo que lo envuelve como un chorro de leche condensada. Una pausa en el relato incesante de su vida, un respiro hasta una oración que vendrá.
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