Me enteré de la muerte de Néstor a través de una amiga que me llamó a la mañana con la voz entrecortada. No supe bien qué decir, no estuve muy elocuente y creo que en un momento hice un chiste como siempre que algo me pone incómoda. Después corté y me quedé mirando la calle a través de la ventana como si el mundo afuera, ese que me es conocido, ya no existiera.
Algo que se cae de maduro.
Pero por más obvio que suene al escribirlo, en el fondo nos cuesta parar para actuar en consecuencia. Acostumbrados a la inercia de reaccionar ante las barbaridades de la clase política, de acordar en la defensa de lo que no debería ser indiscutible, de tomar reparos para no salpicarnos ante los que caen, muchos argentinos no hicimos acuso de que algo había se había transformado.
La caída de la vieja política, cual dominó, se llevó puesta las estrategias prefabricadas para sobreponernos a esa política. El pueblo argentino que hizo motivo de orgulloso su carácter ingobernable, que exige y dirime sobre los actos de sus gobernantes, se vio en la encrucijada de gobernar sus actos.
Y si algo debemos agradecerle a este Señor, es que nos despejó el terreno a los más jóvenes, para mirar el horizonte y preguntarnos si estamos a la altura de construir una historia propia.
1 comentario:
Un ladrón sigue siendo un ladrón...vivo o muerto.
Avísenles a los del Plan Descansar que lo de "si no vas a ver el muertito, fuiste" era un chiste...
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