Son las 9.30 de un día de semana cualquiera salvo porque es martes y Silvia tiene una excusa para arrancar de su casa tan temprano. Camino al baño gambetea las zapatillas de su hermana que duerme hasta las doce cuando suene el despertador que habitualmente las encuentra a las dos en la cama.
Sale a la calle sin desayunar y camina las 25 cuadras hasta lo de su amiga que espera sentada al borde de la cama con nauseas y en pijama blanco de florcitas color pastel. El pantalón no llega a cubrir sus tobillos. Cuando suena el timbre, Leticia le anuncia por la bocina del portero que hoy no se siente. Pero la fritura del cable pelado impide a Silvia escuchar una sola palabra. Insiste una y otra vez incluso mira la placa metálica por las dudas, efectivamente es el 5º C el botón aprieta. A la cuarta vez, harta del timbre y de hablar sola, Leticia toca los dos botones y la deja pasar.
Dos pisos más abajo el enrejado vibra y Silvia entra con pasos cortitos y apretados. Para cuando Leticia se quiere acordar la tiene golpeando la puerta placa.
- Entra, está abierto.
- Boluda, ¿no escuchas? Te toque el timbre como cinco veces. No sabes el frío que hace afuera. Se me congelaron las mejillas mientras venía para acá… ¿No me vas a hablar? ¿Qué te pasa?
- Tengo nauseas.
- Claro, y me vas a plantar… ni a palos, me cagué de frío caminando. Dale, sacate el pijama que la vieja seguro nos está esperando hace un rato. La última vez se calentó porque llegamos tarde.
Leticia camina por el departamento buscando algo. Silvia la sigue detrás aunque apenas hay espacio para que una cambie de dirección sin chocarse a la otra. De pronto, la dueña de casa se sienta al borde de la cama y desentierra de abajo un par de medias azules. Con tranquilidad se pone el par y luego unas zapatillas adiddas negras. Sobre el pantalón, se calza un jogging que antiguamente perteneció a su hermano, en la parte de arriba una campera.
- ¿No te vas a peinar?- pregunta Silvia parada con la cartera cruzada y la bufanda sofocándola. Leticia la mira y se sonríe como una nena malcriada. Sin decir nada más bajan los dos tramos de escalera que las separa de la puerta de entrada y a su vez de la calle.
- En serio me levanté con naúseas… Creo que es una señal; o un mal sueño.
- Todo lo que quieras pero por lo menos le tenemos que ir a avisar en persona. No la podemos abandonar a unos días de fin de mes, más cuando nos pagó la mitad por adelantado.
- Qué raro, la vieja copetuda, no?
Unas 10 cuadras más adelante una de las dos toca el timbre, es indistinto. La casa tiene una fachada rectangular y dos ventanas a la calle con malvones. La cortina de gasa de la que izquierda se corre unos centímetros, acto seguido resuena el ruido de las llaves en la cerradura de arriba y en la de abajo tipo pasador.
La puerta se entreabre y asoma una nariz roja de un perro salchicha marrón con correa al cuello. La señora le entrega el mando a Silvia que charla brevemente mientras vigila de reojo a Leticia al borde de la vereda pateando una piedra.
- ¿Cómo andás Leti? – oye a su espalda- ¿Te fue bien en el parcial?
- Una maravilla, Cristina. Una flautita y diez quintines.
- Mejor así. A la vuelta les convido un pedazo de torta que se está haciendo en el horno, ahora deben estar apurada por los otros clientes.
- No se preocupe Cristina. A la vuelta pasamos un rato- contesta Silvia mientras de un envión arrastra al perro que a la espera se lamía las bolas.
Los tres parten rumbo a la plaza a ocho cuadras de la primera y última parada de la jornada laboral. Silvia y Leticia caminan como quien no tiene a donde llegar a penas motivadas por el pique en la correa. El perro absorto de la charla más arriba, olfatea un lata de coca cola aplastada, un papel tisue, una colilla, otra colilla a su lado, una piedra con forma de hueso roído, un pedazo de pan viejo, la tierra, el pie de un tilo que decide mear, también huele el meo tibio, la zapatilla de Leticia y el cordón de la vereda antes de cruzar a la plaza.
Una vez ahí, Silvia le desprende la correa y el salchicha sale corriendo al arenero deshabitado. Leticia y su colega resuelven sentarse en un banco de cemento mientras el bicho corre detrás de una abeja.
- Este perro es suicida- dice Silvia mientras se mira las puntas del pelo- pero tiene el pelo mejor que yo. Tengo las puntas hechas mierda.
- ¿Cómo te das cuenta?
- Lo ves. Mirá, ves que viene bien hasta un punto donde se pone medio blanco y ahí se quiebra. Cuando lo tenés así lo tenés que cortar… no hay vuelta.
- ¿Y qué estás esperando?
- Plata. Para la peluquería…
- Bueno, ahora cuando la vieja nos pague la mitad del mes que falta, vas con la parte que te corresponde.
- Sí, eso voy a hacer…
Leticia se calla y mira al salchicha que está meando la rueda de una bicicleta atada a un poste de luz. Le grita algo indescifrable hasta para Silvia que está a su lado.
- Che, Leti, con esa plata no tendríamos que hacer más volantes. Porque así no vamos ni para atrás ni para adelante.
- Igual estoy pensando en dejar el negocio de pasear perros. Pensalo somos dos minas, no nos dan los grandes y los chicos no tienen necesidad de pasear. Dan vueltas al comedor y chau.
- Y con Cristina que hacemos…
- …le decimos que tenemos que estudiar.
- Pero nos espera con torta. Me da lástima ...
- No, hoy no. Otro día.