Se despierta vez fulminada por la electricidad recorre su cuello por tercer. El latigazo impide que la cabeza se estrelle contra el pecho como una gota de agua. Valeria está muerta, sabe que ha perdido la batalla. Se incorpora en el respaldo de la silla, se despereza torpe y mira de reojo a Martín que incólume se debate en un zapping eterno. El cuarto está iluminado a penas por el destello de la pantalla de la tv. Los dos sentados uno junto al otro se desenchufan del día frente a la pantalla.
Él que parece absorto se inquieta ante el latigazo de la cabeza de ella y entre dientes le susurra:
- ¿Che, por qué no te vas a la cama?
A pesar de la dulzura del tono de voz hay cierta ansiedad contenida. Es entonces, mejor dicho, cuando sabe que ha perdido la batalla. Valeria se despide con un beso y camina el pasillo que la separa de la habitación acompañada por una sensación de miedo. Siempre tuvo miedo a acostarse sola. Mientras se desnuda sentada en el borde de la cama, escucha los primeros pasos de él en un rito que de oído le es familiar. Vierte agua hirviendo en la taza azul (la misma que encuentra sucia en la mesa por las mañanas) y escucha rebotar la cucharita contra la loza en un ritmo frenético, luego el lodazal es invadido por una catarata de agua que baja de la pava. Silencio. Casi imperceptible ruido de la silla, Valeria diría que escucha el tecleo del control remoto. Se mete en la cama enojada. Él la sobrevive casi todas las noches y construye ese mundo ajeno, desconocido, como si la casa en su poder no fuera más la casa. Con los ojos doloridos ya entre sábanas, Valeria hace un esfuerzo por percibir un sonido más que lo devele. La convicción que la guía es casi tan fuerte como la de un niño en la madrugada del 25 de diciembre. Aunque el sueño en los dos casos tiende un velo piadoso.
Por las noches Martín se convierte en ese hombre que ella quiere poseer, él que encuentra sus placeres ocultos tan inocuos como vedados. Ella no sospecha, confirma la certeza de que nunca será capaz de conocerlo por completo; incluso de cuerpo presente a su lado inerte y desparramado en la cama.
Al otro día, Martín le cuenta fragmentos de la noche con trazos gruesos como los que dibujan los recuerdos y a veces ella está incluida en sus aventuras. Por ejemplo hace dos noches, cuando él estaba leyendo a su lado, ella acostado se sentó de repente en la cama mientras pasaba el tren por la ventana y sentenció a los pasajeros con el dedo índice. “Me diste un poco de miedo, pero en realidad no estabas enojada” reflexiona Martín en voz alta
Valeria se calla, no sabiendo qué responder ante esa mujer que la habita cuando ella vacía de sentido su cuerpo. También siente un poco de envidia a esos viajantes que se llevan consigo una mirada de Martín que ella desconoce.
Dos días después de esa noche, vuelve aparecer la mujer que la habita mientras Martín tipea a las 2 am un trabajo a punto de terminar. Valeria no se entera de nada. La mina se da vuelta en la cama hasta quedar de frente a él que saca las manos del teclado y las deja caer sobre las rodillas. Ella dice con la voz resquebrajada unas palabras amorfas que Martín no intenta decodificar. Llorisquea un poco y aprieta con el puño las sábanas. Luego dice dos cosas más.
Martín le pasa la mano por la espalda y le dice “no fue nada, ya está” Ella suelta la sábana y se da vuelta tranquila sin dar ninguna señal más.-