sábado, 10 de octubre de 2009

A FAVOR



Creo que mi debut en salir disparada a Capital fue el 27 de junio de 2002. Digo creo, porque muchas veces mi memoria falla en relación a días y horarios. Lo que sí recuerdo es haber entrado con desazón al aula y comentar con mi compañera de turno la impresión que las imágenes habían dejado en nosotras. “Se me puso la piel de gallina, boluda. A causa del recuerdo aún fresco en la memoria o el eterno vaho del aula del Jockey Club me dieron nauseas. Quería urgente mover de ahí.

El profesor empezó con un speach progre interrumpido por la aparición de unos alumnos con remeras negras que le pidieron unos segundos. Él los dejó trasmitir la invitación a la marcha y retomó el uso de la palabra asegurando que no podría falta a quien quisiera ir.
Creo que todavía seguía hablando del derecho a manifestarse cuando crucé la puerta del aula.



No conocía a muchos de los que estaban en el vagón del tren. Simplemente me cuidaba de no perder a mi amiga de vista. Si todos avanzaban, nosotras avanzabamos. De vez en cuando pasaba una conocida con más experiencia que nos decía que hacer. “Si se arma bardo, nos encontramos en la Universidad de las Madres” nos dijo cuando bajamos al subte. Le pregunté a mi amiga si sabía dónde quedaba, pero ninguna de las dos sabíamos.


Me acuerdo también de ir caminando por Cerrito al lado de los policías formados y pensar “ Nos pueden matar en cualquier momento” Simplemente darme cuenta de eso, que la juventud no es un talismán contra la muerte.


Luego la Plaza, los cantos y el minuto de silencio.



A esa marcha le siguieron unas cuantas más de repudio, de descontento, de rabia pero fundamentalmente como exorcismo de la impotencia. Al tiempo ya podía indicar puntos de encuentro en Plaza de May
o como quien habla del pueblo de su infancia y saber el momento exacto para desconcentrar y encontrar móvil a La Plata.


Un día incluso después de una nos quedamos con unos recién conocidos en Capital comiendo pizza y birra hasta las 3 de la mañana.
Si al día siguiente alguno hubiera recorado lo que se habló, habríamos salvado el mundo.


Años después (por ayer) mirábamos la sesión de senadores filtrados por el laburo de toda la semana. De vez en cuando alguno de los dos puteaba a la pantalla o se levantaba para dar vueltas por la habitación y volver a la cama. “¿Escuchaste lo que dijo este conchudo? Que los que están en la Plaza no saben por qué están ahí”



“Estaría para ir, no?”



Perde
r el miedo a la incomodidad, al frío, a llegar tarde, a que no pase nada, a que pase lo mismo de siempre, a que te tilden de K, a quedar a bajo de banderas que no querés, a que te usen, al ridículo, a creer en algo, a poner el cuerpo. Perder el miedo a sentirse movilizado.



La autopista está limpia a la una de la m
añana. Vamos a los palos, eso me da un poco de nauseas. En todo el espectro de radios AM o FM, no encontramos una que esté pasando el debate. Si un tema de los Bee Gees y casi todos los cantamos. “Estamos haciendo historia, se dan cuenta?” dice el dueño del auto.


Cuando llegamos a la Plaza está hablando el ante último en la lista de oradores. Después de más de diez horas de debate, después de que por primera vez en la historia tuviera que dar la cara. Y con nombre y apellido ser caratulados: A FAVOR/ EN CONTRA. Pienso que nunca antes me había aprendido el nombre de estos tipos, salvo el de Cobos. Por obvias razones. Un antes y un después para las listas sábanas.


Hay de todo en el campo popular: motoqueros que comen pizza al borde la masa, chicas que bailan al ritmo de los bombos, estudiantes universitarias lookeadas, vendedores ambulantes, gente con la que estoy de acuerdo y gente con la que no. A todos ellos me alegro de verlos.



Es el turno del último orador se escucha en silencio y se exclama en cada punto o coma que aparece. Es más también se aplaude.


Ganamos, boludo? Se dan cuenta…es la primera vez que ganamos!


Nos volvemos a casa con una sospechosa sensación de alegría. A todos los allí presentes nos pasa los mismo, esperamos un rato como si a ultimo momento alguien nos va a decir dónde está el estofado. Pienso que en mis veinticinco años nunca moví a una plaza para apoyar algo pero que tampoco volví con esa sensación de que la tarea no está cumplida. Que seguir poniendo el cuerpo para que esta noche valga la pena.