Una canasta sola, color caramelo, decora el quinto azulejo sobre la cocina. Cada flor está compuesta por cuatro pétalos en forma de corazón y son dos las que caen a cada lado de la manija. Marcos esta parado con una mano en la mesada y la mirada suspendida en la pared semi iluminada. La pava aúlla con persistencia unos cuantos segundos hasta que él la retira del fuego avergonzado. Luego pone el termo dentro de la bacha metálica y derrama el agua caliente en su interior.
Camino al comedor ve de reojo los platitos colgados en la pared equidistantes entre sí. Los hay redondos y de bordes ondeados; estampados y también lisos. Todos están cubiertos por una fina capa de polvo. Marcos camina por el corredor casi sin levantar los pies y en el umbral del living tropieza con el borde de la alfombra. A pesar del impacto no suelta el termo ni el mate con yerba CBC.
Se apoya en el borde de la mesa de algarrobo forrada con hule y se toma el primer mate amargo del día. Se evapora el sabor del último sorbo y Marcos percibe que se siente bien, por fin. Corre la cortina que se apila en el suelo como espuma olvida en la orilla y ve los autos cargados de chicos pasar por la calle. Toma mate hasta que la yerba se lava y luego se pone la campera de jean colgada en una de las sillas. Al lado de la puerta de salida tres bolsas de consorcio lo esperan.
Sin mirarlas, Marcos las levanta conciente de su peso. En el corredor la vecina octogenaria de batón floreado lo observa salir a la calle por primera vez en dos semanas. Ninguno de los dos dice nada. Él arrastra las bolsas hasta el auto, su cuerpo, la estampita de la virgencita, su alma, y una foto de la niñez. Todo queda desperdigado en el asiento de atrás cuando arranca rumbo a la feria americana de Diagonal 80.
Estaciona el auto en la puerta y se baja sin ver el colectivo que hace flamear su campera de jean. Repara con la mirada en las bolsas mientras cierra la puerta con llave. Cuando entra al local le cuesta encontrar a la persona detrás de un mostrador repleto de joyas fantasía. Es ella quien lo encuentra a él; una señora rubia de unos cuarenta y pico.
- Buenos días, andaba buscando algo…
- Más bien me quiero deshacer de algunas cosas. A cuánto la bolsa…
- Mire, depende la prenda, mi hijo. Nosotros no somos Cáritas…hay que ver el estado. ¿Me las trajo lavadas?
- Las agarra o no…Son tres bolsones, todo en perfecto estado. Mi vieja las guardaba por estación… a lo sumo tienen un poco de olor a naftalina.
De repente, la señora rubia desaparece entre percheros detrás de una joven de veintitrés años que se prueba un traje de odalisca. Se escucha una discusión y Marcos se queda sin respuesta. Sobre el mostrador hay unos guantes color marfil tal cual los que había usado su madre en el casamiento y sabía describir a la perfección. Los dedos estaban cocidos a mano y en la muñeca un solo botón nacarado con forma de lágrima.
La piba la manda a la recocha de su madre a la rubia y sale tirando la babucha junto al sujeto de pálido semblante. Marcos se agacha como para recogerla del piso pero se arrepiente a medio camino, medio agachado sale corriendo del local. Corre una cuadra a la piba de pelo castaño que raja a puteadas a medio universo pero la pierde en la esquina.
Marcos se sube al auto y vuelve a la casa a toda velocidad. Sentada en el pilar del edificio, la vieja octogenaria parece una esfinge. De chiquito le tenía miedo y su mamá lo esperaba en la puerta a eso de las cinco. Ahora ya nadie llenaba ese lugar. Sin pensarlo baja las tres bolsas del auto y las deja junto al cantero exento de árbol. Una rueda hasta la mitad de la vereda.
Marcos vuelve a la casa semi iluminada, a la cocina, al azulejo, a la canasta color caramelo y espera que se caliente el agua. Luego pone el termo en la bacha de metal y lo llena hasta el tope. Frena justo antes de que se empiece a derramar. Abre las latas que están sobre la heladera y encuentra restos de bizcochos Don Satur enmohecidos. Vacía la lata en la bacha y destapa las restantes todas están ajadas. De un zarpazo tira todas las porquerías sobre la heladera y se va al linving con el termo en la mano. Sentado sobre el borde de la mesa cubierta por hule ve por la ventana una chica de pelo castaño recogido por una hebilla fucsia. Ella para justo enfrente a su ventana y Marcos se esconde detrás de la cortina por miedo a ser visto. La piba mira hacia los costados por el mismo motivo y luego se agacha al lado de las bolsas. Deja la carpeta A3 en el piso y saca la pollera de franela con arabescos manchada con lavandina. La mira con desconfianza pero la dobla y la mete en el bolso igual. Luego revuelve un poco más adentro y saca un vestido verde con pinzas, lo deja a un costado al comprobar que tiene una falla. Sigue sacando cosas y no para aún cuando otra chica se detiene. Intercambian algunas palabras; ninguna lo ve.
Marcos pegado contra la cortina ve varias chicas juntarse alrededor de la bolsa como gorriones por la mañana. Hasta que por fin, a eso de las siete de la tarde, ya no queda nada.
Camino al comedor ve de reojo los platitos colgados en la pared equidistantes entre sí. Los hay redondos y de bordes ondeados; estampados y también lisos. Todos están cubiertos por una fina capa de polvo. Marcos camina por el corredor casi sin levantar los pies y en el umbral del living tropieza con el borde de la alfombra. A pesar del impacto no suelta el termo ni el mate con yerba CBC.
Se apoya en el borde de la mesa de algarrobo forrada con hule y se toma el primer mate amargo del día. Se evapora el sabor del último sorbo y Marcos percibe que se siente bien, por fin. Corre la cortina que se apila en el suelo como espuma olvida en la orilla y ve los autos cargados de chicos pasar por la calle. Toma mate hasta que la yerba se lava y luego se pone la campera de jean colgada en una de las sillas. Al lado de la puerta de salida tres bolsas de consorcio lo esperan.
Sin mirarlas, Marcos las levanta conciente de su peso. En el corredor la vecina octogenaria de batón floreado lo observa salir a la calle por primera vez en dos semanas. Ninguno de los dos dice nada. Él arrastra las bolsas hasta el auto, su cuerpo, la estampita de la virgencita, su alma, y una foto de la niñez. Todo queda desperdigado en el asiento de atrás cuando arranca rumbo a la feria americana de Diagonal 80.
Estaciona el auto en la puerta y se baja sin ver el colectivo que hace flamear su campera de jean. Repara con la mirada en las bolsas mientras cierra la puerta con llave. Cuando entra al local le cuesta encontrar a la persona detrás de un mostrador repleto de joyas fantasía. Es ella quien lo encuentra a él; una señora rubia de unos cuarenta y pico.
- Buenos días, andaba buscando algo…
- Más bien me quiero deshacer de algunas cosas. A cuánto la bolsa…
- Mire, depende la prenda, mi hijo. Nosotros no somos Cáritas…hay que ver el estado. ¿Me las trajo lavadas?
- Las agarra o no…Son tres bolsones, todo en perfecto estado. Mi vieja las guardaba por estación… a lo sumo tienen un poco de olor a naftalina.
De repente, la señora rubia desaparece entre percheros detrás de una joven de veintitrés años que se prueba un traje de odalisca. Se escucha una discusión y Marcos se queda sin respuesta. Sobre el mostrador hay unos guantes color marfil tal cual los que había usado su madre en el casamiento y sabía describir a la perfección. Los dedos estaban cocidos a mano y en la muñeca un solo botón nacarado con forma de lágrima.
La piba la manda a la recocha de su madre a la rubia y sale tirando la babucha junto al sujeto de pálido semblante. Marcos se agacha como para recogerla del piso pero se arrepiente a medio camino, medio agachado sale corriendo del local. Corre una cuadra a la piba de pelo castaño que raja a puteadas a medio universo pero la pierde en la esquina.
Marcos se sube al auto y vuelve a la casa a toda velocidad. Sentada en el pilar del edificio, la vieja octogenaria parece una esfinge. De chiquito le tenía miedo y su mamá lo esperaba en la puerta a eso de las cinco. Ahora ya nadie llenaba ese lugar. Sin pensarlo baja las tres bolsas del auto y las deja junto al cantero exento de árbol. Una rueda hasta la mitad de la vereda.
Marcos vuelve a la casa semi iluminada, a la cocina, al azulejo, a la canasta color caramelo y espera que se caliente el agua. Luego pone el termo en la bacha de metal y lo llena hasta el tope. Frena justo antes de que se empiece a derramar. Abre las latas que están sobre la heladera y encuentra restos de bizcochos Don Satur enmohecidos. Vacía la lata en la bacha y destapa las restantes todas están ajadas. De un zarpazo tira todas las porquerías sobre la heladera y se va al linving con el termo en la mano. Sentado sobre el borde de la mesa cubierta por hule ve por la ventana una chica de pelo castaño recogido por una hebilla fucsia. Ella para justo enfrente a su ventana y Marcos se esconde detrás de la cortina por miedo a ser visto. La piba mira hacia los costados por el mismo motivo y luego se agacha al lado de las bolsas. Deja la carpeta A3 en el piso y saca la pollera de franela con arabescos manchada con lavandina. La mira con desconfianza pero la dobla y la mete en el bolso igual. Luego revuelve un poco más adentro y saca un vestido verde con pinzas, lo deja a un costado al comprobar que tiene una falla. Sigue sacando cosas y no para aún cuando otra chica se detiene. Intercambian algunas palabras; ninguna lo ve.
Marcos pegado contra la cortina ve varias chicas juntarse alrededor de la bolsa como gorriones por la mañana. Hasta que por fin, a eso de las siete de la tarde, ya no queda nada.